Hay una película que me viene a la cabeza de forma recurrente cada vez que abordo con espíritu periodístico las informaciones relativas a personajes como Ayuso, Milei, Meloni, Orbán, Wilders o, llevándolo un poco más lejos, Bukele o el gran mentor Donald Trump.
El filme en cuestión es La delgada línea roja, una gran película bélica que ya desde su título nos informa sobre su mensaje final. Y sí, se trata de no traspasar determinadas líneas rojas. Pero ocurre que estos líderes populistas están marcando, están lográndolo, nuevas líneas rojas donde la democracia, el sentido común, la empatía... y un sinfín más de cualidades que nos hacen mejores están pasando a la zona prohibida.
Lo que antes eran auténticos disparates se convierte en norma. Se lanzan corrientes de pensamiento que abordan el mundo desde perspectivas realmente peligrosas. No es de recibo que un partido de la ultraderecha española abogue por despenalizar los delitos de odio o blindar el anonimato en las redes sociales y despenalizar la negación del Holocausto.
Algo estamos haciendo mal y no nos queda otra que activarnos a la hora de defender unos mínimos éticos que nos permitan vivir en este estado de derecho, imperfecto, en el que estamos. Las delgadas líneas rojas tienen que marcarlas esas mayorías silenciosas que, cuando quieren, son capaces de reconducir la historia.