Le adivino el pensamiento en cuanto ha ojeado el titular. Pero, por suerte, a uno no le falta nada de todo eso que ha pasado por su cabeza. Esta expresión ya tan popular, estar a dos velas, ni siquiera me sirve para ilustrar mi momentum del colapso eléctrico, porque las reales, las de cera, hace siglos que no dormitan en alguno de esos recónditos cajones que siempre habitaban en casa. Ni cirios, ni linternas, ni radio convencional, ni pilas, ni un euro suelto, ni utensilio alguno que supliera las carencias de estar arrojados en brazos de la tecnología de alta gama, los datos del móvil y la tarjeta electrónica. El Apocalipsis debía parecerse a esto porque, además, de improvisto, uno se paraliza sin que por su cabeza discurra solución alguna que le rescate del atolladero. ¡Albricias! A la Barik le restaban un par de viajes por cubrir que hacía posible desplazarse al trabajo hacinado en el bus. La otra opción era el auto-stop o poner a prueba si mis superiores me echaban en falta, y casi mejor no averiguarlo. Desde las hachas de sílex hasta la incipiente inteligencia artificial el ser humano se define por la capacidad de adaptación y mejora al desarrollo científico. Pero hemos construido un mundo donde basta con que alguien sople o pise un cable para que la pirámide de naipes se derrumbe y nos atropelle. Al menos no fue cosa del plafón LED al que de primeras maldije. Eso sí que me hubiese provocado un apagón. En el bolsillo.
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