Preocupa, y mucho, los incendios registrados en los últimos días en viviendas de diversas localidades de Gipuzkoa y Bizkaia. Fuegos caseros voraces, que han dejado a varias decenas de vecinos sin sus hogares y con un futuro incierto, oscuro como las cenizas y los tizones que dejaron los restos de los siniestros. Es hasta cierto punto lógico que estos fuegos sean habituales en estas fechas donde las bajas temperaturas se apoderan del raso metiéndose en habitaciones y salones que hay que caldear para superar las muchas horas nocturnas en las que se echa de menos al astro rey. Otra variable que casi siempre se repite es que el fuego se produce como consecuencia de sistemas de calefacción deficientes o vetustos, los cuales, al ponerlos a máxima potencia, auguran un hipotético escenario de catástrofe alimentado también por una falta habitual de mantenimiento. Braseros bajo mesas camillas, todavía las hay, sí; viejas estufas de butano y otras fórmulas ya quemadas por el tiempo alimentan como el oxígeno cualquier pequeño conato ígneo. Por eso no hay que llamar a las llamas. Se hace imperativo renovar viejos sistemas de calefacción sobre todo en hogares de personas mayores que viven en viejas casas de estructura de madera, como la quemada en Basauri hace una semana. Las administraciones locales tendrían que implicarse en esta iniciativa con ayudas económicas y consejos profesionales. Los bomberos se ahorrarían muchas horas de trabajo, afortunadamente.
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