No sé quién ha colocado estos días un horno sobre Euskadi para que nos cociéramos en nuestros propios jugos, pero ha sido la semana perfecta para aquellos a quienes les faltaba un hervor. Y para pedir agua del tiempo y que te traigan sopa de ajo. La verdad es que había sido un verano agradable hasta que se presentaron las temperaturas infernales. La primera ola de calor llegó de África y, aunque la intentamos devolver en caliente, no hubo suerte. El reventón cálido (sic) que anunciaron los presentadores de las teles pasó por poner un pollo a asar en una terraza, y un huevo a freír en el capó de un coche. Los de Aemet acostumbran a sumarse a la fiesta y bautizar a estos fenómenos como Lucifer o Caronte... que ya son ganas de sugestionar. De los creadores de lluvia de sangre (lluvia de barro), de los inventores de los diablos de polvo, y de los de la gasolina oceánica (por las altas temperaturas de los océanos), surge la cinta transportadora de aire del desierto. Antes, el pastor del Gorbea pronosticaba el tiempo sin meter el miedo en el cuerpo. Pero ahora, los meteorólogos se pasan el día acogotándonos porque pulverizan a cada hora récords de temperatura y nos asolan danas profundas y ciclogénesis explosivas. Por no hablar de los del Teleberri, que les encantan los golpes de calor y dan recomendaciones obvias por si igual a alguien se le había ocurrido dejar al aitite encerrado en el coche a 50 grados. 

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