Hace unas semanas, una amiga confesó que había momentos en los que se quedaba mirando desde el sofá un punto negro fijo durante unos minutos para relajarse. Es lo que se viene llamando no hacer nada, casi ni pensar. Es su respuesta al trajín laboral y familiar diario. También a una época salpicada, incluso anegada, por los dispositivos tecnológicos que tenemos al alcance. Una desconexión del mundo en toda regla, un par de pasos más allá que leer un libro, escuchar música, las dos cosas al mismo tiempo o pintar o tocar un instrumento para quien pueda hacerlo.
El punto negro fijo es una solución casera cuando no se tiene al alcance una cámara de flotación y aislamiento sensorial. A los adolescentes de hoy les han robado la capacidad de relajación. Para ellos, el tiempo de relax está ligado al móvil o a la tablet. Necesitan más puntos negros fijos y menos pixels brillantes y cromáticos, pero no pueden entregarse a la inactividad o una tarea hasta cierto punto pasiva como la lectura. Es como si temieran perderse algo importante si desconectan de la pantalla unos minutos. Hay estudios científicos que aconsejan desconexiones totales para mejorar la capacidad de concentración y la creatividad y reducir el estrés, pero no está al alcance de todos. Y por el plano espiritual, les dejo una frase del Dalai Lama: “Una mente calmada trae fortaleza interna y autoestima; eso es muy importante para la salud mental”.