Ahora que las carabelas portuguesas han llegado a las playas vizcainas, les advierto sobre otra especie que también ataca a los humanos desnudos y no ocupa titulares. Se trata de las alcachofas asesinas. Que no cunda el pánico en el agro, me refiero a las de ducha. A esas que te esperan agazapadas en el cuarto de baño de cualquier apartamento turístico y se precipitan cuando abres el grifo para atizarte en la cocorota como recibimiento. Los apliques que las sujetan deberían de pasar la ITV porque, después del primer golpe, ya te enjabonas en tensión. La alternativa es ducharse agarrando tú la alcachofa por el cuello con una mano como si fueras Frank de la Jungla y estuvieras conteniendo a una serpiente. La misma técnica que cuando te enchufas con una manguera en el pueblo, pero a precio de alojamiento en la costa. Lo peor viene cuando sometes a debate si informas o no al responsable. Los chavales, que mejor no, porque igual van a arreglarlo y les roban el móvil. Si fuera un riñón, correrían el riesgo. A ti te da un perezón del quince quedar con un técnico de mantenimiento. No es nada personal. Un aplauso para ellos. Así que callas, lo mismo que cuando te dieron aquella habitación de hotel tamaño escobero. Dejaste las maletas en el suelo y ya no había dónde pisar. Con lo fácil que hubiera sido poner unos agarres de rocódromo para desplazarse por las paredes. Secadores que no funcionan, terrazas sin vistas... Quéjense, mesedez.
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