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Mesa de redaccion

Olga Sáez

De toda la vida

YA no quedan tiendas de ultramarinos como aquellas de antaño en las que lo mismo te vendían unas alpargatas que una colonia y por supuesto fruta, jamón, conservas y hasta juguetes. Tenían un poco de todo, pero sobre todo eran la referencia para el vecindario. No necesitaban títulos académicos para ejercer de psicólogos, matemáticos, o influencers. Tampoco se ajustaban a horarios. Se comunicaban a golpe de teléfono para satisfacer las necesidades de sus clientes ya fuera sábado o domingo. No se trataba de esclavitud ni servilismo, el cliente a lo largo de los años forjaba una amistad con él o la tendera y viceversa, así que la empatía era mutua a la hora de resolver los problemas. Recuerdo la tienda de ultramarinos de Ester; cada vez que se inundaba el pueblo y, eso ocurría en cada crecida del río, todos los vecinos acudían en su ayuda para poner a salvo la mercancía. Ester sabía quién aprovechaba que se daba la vuelta para robarle una manzana y ese con traje que miraba las lonchas de chorizo a trasluz para que no pesaran demasiado. Los comercios han evolucionado, han tenido que adaptarse a las exigencias de las nuevas tecnologías y de las nuevas técnicas de moda. Ahora para vender hay que saber idiomas, informática, redes... A veces se nos olvida que quizás lo más importante es la profesionalidad del que está atendiéndote. Vale más su consejo por experiencia y su empatía que muchos otros tantos másteres en moda. Reivindico esas tiendas de toda la vida.