E N 2018 se suicidó en Ondarroa Ekai, un joven trans de 16 años tras estar más de un año esperando su tratamiento hormonal. El suceso conmocionó al conjunto de la sociedad vasca y supuso un despertar hacia la realidad de las infancias trans, que en ese momento no se concebían, no se hablaban, no existían. La aprobación de la ley que defiende a un gran colectivo que hasta ahora no tenía esos derechos fundamentales garantizados es un éxito, pero hay muchas cuestiones que se deben seguir trabajando. Y en ese largo camino Estibaliz Urresola está teniendo un papel muy importante. No hay día que no se preste a hablar de su película, 20.000 especies de abejas, en algún medio, y por lo tanto, de la realidad de las infancias trans. La asociación de familias de menores transexuales Naizen abrió sus puertas a la directora porque conociendo su anterior labor sabía que trataría el tema con sensibilidad, construyendo algo bonito, sin dramas. Y lo ha conseguido. La identidad es uno de los grandes temas que el cine actual se plantea de forma frecuente pero Urresola ha llevado a la pantalla un tema tan difícil de manera natural. El 10 de febrero se entregarán los Goya, en los que su película cuenta con 15 nominaciones, pero el gran premio ya se lo ha llevado. Su película ha normalizado y ha quitado el miedo a una realidad que para la gran mayoría era desconocida. Para que luego digan que el cine no tiene capacidad de transformar la sociedad. 

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