DICE la innombrable, a unos meses de finiquitar el bachillerato, a modo de balance de gerente que busca la máxima rentabilidad, que las ecuaciones de segundo grado o la declinación rosa rosae no te sirven en el día a día, pero que “haber ido al instituto te prepara para la vida real”. Y se pone a recordar, no sé muy bien si con espanto o nostalgia, aquella vez que “alguien puso un petardo en la taza del váter, cerraron los baños por vandalismo y había que pedir la llave para ir” o aquella otra en la que rompieron con un balón la lámpara fluorescente de clase y el profesor se desgañitó para que nadie se moviera “porque tenía ese veneno que tenían los termómetros de antes”. Luego rememoró la anécdota pospandémica de los compañeros que “mojaban papel con gel hidroalcohólico, lo quemaban con un mechero y lo grababan mientras la profesora explicaba” y tuvo una mención especial para “el chaval que se escondió en un armario y no salió hasta que terminó la clase”. Después de oír lo de los pirómanos, me quedo con este. En el apartado de sustancias estupefacientes citó un hallazgo de marihuana en una taquilla y un alumno grogui, y remató el resumen con “el boquete que alguien hizo en la pared de un aula”. Lo mismo fue obra de algún profesor dándose de cabezazos impotente. Todo eso, me digo por no echarme a llorar, debe servir mucho para “la vida real”. Más que saberse la tabla periódica de los elementos, sobrevivir a ellos.

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