NO sé si pasa lo mismo que cuando te quedas embarazada, que ves a mujeres encinta hasta debajo de las baldosas de Bilbao, que ya es decir teniendo en cuenta la tasa de natalidad, pero el caso es que, teniendo una información sobre un joven agredido entre manos, no hago más que leer noticias de peleas y ataques con adolescentes y jóvenes implicados. Ayer mismo llegaron los chavales del instituto contando que “unos querían pegar a otros y ha ido hasta la Policía” y en Nochevieja, tres cuartos de lo mismo, que si uno tenía la cara ensangrentada, que si había un follón aquí y una trifulca allá. Las habrá habido siempre, pero la sensación cuando son tus hijos las que te las cuentan no es la misma, ni de lejos, que cuando eras tú el que las esquivabas de joven para ir al siguiente bar. Tampoco parece que la intensidad de las agresiones sea igual. Antes un ¿Y tú qué miras? podía ir seguido de unos insultos, un empujón, algún puñetazo en el peor de los casos, pero la cosa no solía pasar a mayores. A menudo los amigos servían de parapeto y curiosamente las cuadrillas enfrentadas acababan en ocasiones tomándose unos potes. Ahora hay quien esgrime armas blancas o botellas sin pararse a pensar en las consecuencias y las palizas grupales se erigen como el summum de la brutalidad, llevando al borde de la muerte e incluso ocasionándosela a algunos jóvenes. Va siendo hora de darle una vuelta.

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