SUCEDIÓ el pasado jueves en Duisburgo, una urbe alemana que no figura en el rosario de ciudades de la primera economía europea que recitamos de carrerilla, pero que es una de las más importantes en el capítulo industrial. El Puerto de Bilbao y el de Ámsterdam ampliaron su acuerdo para impulsar un corredor atlántico de hidrógeno verde sumando a la ciudad que alberga uno de los puertos interiores más grandes del mundo, con 40 kilómetros de muelles estratégicamente situados justo donde el Rin y el Rhur se abrazan. El proyecto recibe por tanto un impulso definitivo y la capital vizcaina se confirma como referencia de futuro en una energía llamada a escribir brillantes capítulos en el libro del autoabastecimiento. O lo que es lo mismo, en la ruptura de la tiránica dependencia de Euskadi de fuentes energéticas que se producen a miles de kilómetros. Más allá del paso en esa dirección, la firma del acuerdo dejó una imagen cargada de simbolismo. En la mesa en la que los protagonistas rubricaron la iniciativa, se colocaron cuatro banderas, dos alemanas y dos de Países Bajos. Faltaba la bandera del tercer protagonista, que podía haber sido una española o la ikurriña, afinando el tiro, ya que fueron representantes del Puerto de Bilbao y del Ente Vasco de la Energía los que firmaron y, no se sabe si el Gobierno central conoce el proyecto. Lo importante con todo es que Euskadi firma acuerdos internacionales, sin fronteras, y no necesita ondear banderas.