Que levante la mano quién no haya hecho un simpa alguna vez. ¿O es que nadie se ha librado de estar media hora esperando que le cobren tras pedir la cuenta tres veces y ha desesperado en el intento? Con la inflación por las nubes y el bolsillo sin dar más de sí, están proliferando estas maniobras. Aunque, lo más sorprendente no es simplemente el individuo que hace un simpa, sino que algún estafador, no contento con pirarse sin pagar, hasta ha decidido dejar una mala reseña en Google acerca del sitio. Eso sí, se le ha olvidado destacar la relación calidad precio. Encima, si alguien no paga, algún mal jefe ya ha optado por quitárselo del bote a los camareros y más de un hostelero ha obligado a los empleados a pagar la deuda con las propinas. ¿Cómo que eso se saca del bote? Pues que se haga un seguro. El club de los gastrojetas es nutrido. Llegan a los bares, piden, comen y se van. Algunos incluso fingen infartos para no abonar la cuenta. El mayor simpa de la historia fue en un hotel de León donde 120 personas que acudieron a un bautizo, se fueron sin pasar por caja justo antes de que se repartiera la tarta. Desfilaron simulando hacer una conga. ¿A nadie le pareció sospechoso que todos los invitados avanzaran hacia el exterior del local? Porque hay manifestaciones menos numerosas. ¡Ah! que seguramente dejaron al niño del bautizo de pago y señal.

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