ANDAN aquellos que aspiran a empadronar a Alberto Núñez Feijóo en Moncloa paseando una moto gripada. Petardea por las calles su ruido infernal y hay medios de la derecha de allí y de aquí que pretenden que la democracia suena así. Los números que no les sustentan en las urnas se buscan en el imaginario común, tratando de convencer a la opinión pública española de que la ultraderecha tiene más sentido de Estado que todos los demás. Hasta el punto, sostienen, de que está por regalar los votos al único que les ha dado aire, poder y sueldos públicos –el PP– para evitar que gobiernen todos aquellos a los que quieren quitarse de en medio –socialistas, comunistas, soberanistas, feministas, ecologistas...– y sustituirlos por gente de bien –toreros, desokupadores, paramilitares, negacionistas, sindicatos policiales...–. Ayer, esa moto soltó otra nube de carbonilla sosteniendo que la ausencia de Vox en el gobierno de Feijóo da margen a negociar el apoyo del PNV a su investidura. La verdad nunca ha sido capaz de estropearles a algunos un titular, aunque les dure minutos: el PNV, que por activa y por pasiva ha cerrado la puerta al presidente del PP, volvió a recordarlo y hasta aquí el quemar gasolina para no ir a ninguna parte. Las políticas recentralizadoras de la ultraderecha se han estampado con la negativa de los jeltzales; a ver si, ahora, los que alardean de progreso, no son cómplices de la recentralización del otro extremo.
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