SE nos aproxima un otoño caliente: los precios de la cesta de la compra no paran de crecer –eso sí que da miedo–, Feijóo intentando gobernar, Putin blandiendo su amenaza nuclear hacia Occidente, la Tierra abrasándose por el cambio climático y la ONU alertando de una nueva epidemia que puede ser mortal. Ya solo nos faltaba la llegada de los alienígenas. Con los problemas que tenemos en la Tierra ahora se nos unen las declaraciones del exoficial de inteligencia David Grusch, quien se plantó hace unos días en el Pentágono y testificó que el Gobierno norteamericano oculta tanto naves de origen extraterrestre como evidencias claras de “restos biológicos no humanos”. Bajo juramento, él y otros dos compañeros afirmaron que su país cuenta con un programa para analizar la supuesta tecnología extraterrestre con el que también se intentaría reproducir mediante la llamada ingeniería inversa. Sean o no una cortina de humo para tratar de desviar la opinión pública mundial en medio de escándalos protagonizados por políticos norteamericanos, las declaraciones han desatado la locura ufóloga. No seré yo quien dude de la existencia de vida extraterrestre, pero sí tengo ciertas dudas de que puedan estar interesados en la especie humana. Además de vida, los alienígenas buscarán inteligencia y, desgraciadamente, de eso, los seres humanos demostramos muy poca. Basta observar cómo tenemos el planeta.

mredondo@deia.eus.