NOS da la medida que un año después de lo que sucedió en la valla fronteriza de Melilla en aquella avalancha de 2.000 subsaharianos, más de 20 muertos y el agujero en el número de desaparecidos a esto le sigan llamando tragedia. Todo esto sucedió en tierra firme, sin naufragios, sin ahogamientos o corrientes. Muchos de ellos siguen en la morgue de Nador a la espera de ser sepultados según dicta el rito islámico, sin nombre, son los que nadie reclama, olvidados tras aquella montonera y el archivo de las investigaciones. Y le siguen llamando tragedia. Qué eufemismo, como la falta de acceso a la información de las familias, con solo la muestra de fotografías de las autoridades de Marruecos a los cadáveres que con suerte aparecieron y les fueron practicadas las autopsias. Mira que nos molestan los pobres, sofocados a gases, que tropezaron formando aquella pila de seres vivos, muertos y sin conciencia. Ocuparon las portadas hace un año, y hoy solo hablamos en las cafeterías de la implosión del Titán en el Atlántico. Mira que hay tragedias fascinantes, sobre todo si sus protagonistas son ricos y su motor la aventura, el esnobismo y no el hambre o las necesidades. A lo de Melilla le llaman tragedia y en su día asalto, como si los pobres no pudieran hacer otra cosa más que asaltar, a personas o vallas. Me gusta pensar que somos mejores de cómo nos impactan las noticias y sobre todo, cómo las olvidamos.

susana.martin@deia.eus