NOS cuenta un periódico estatal la dimisión de Asier Larrauri, el Bildu-alcalde fugaz de Bermeo, sobre un anuncio comercial de un centro para superar el alcoholismo. “Esta línea invisible se pasa sin darte cuenta”, reza el cartelito y una no puede dejar de pensar en Asier petando el alcoholímetro en Sollube mientras celebraba la asunción de la makila. Ciertamente, hay alegrías que duran poco y si hay algo efímero es el éxito, en segundos tu vida puede cambiar a golpe de velocímetros. Que se lo digan a aquellos que se cruzaron con Asier, beodo por la carretera y tuvieron la gran suerte de hacerlo sin consecuencias. Y en el caso de la coalición, otra vez un ayuntamiento, otra vez la ley y otra vez el factor humano lastrando el cargo y emponzoñando la obligación de todos los cargos públicos de dar ejemplo. De cómo nuestros actos nos definen y sobre todo, del olvido de ser garante de una ley e incumplirla en las calles, o el monte. En defensa de Larrauri, como pasó con Larrion, hay que decir que no se ha tardado ni cinco minutos en parar el escándalo, con una dimisión que ha tardado menos que él mismo agarrándose la kurda sobre cuatro ruedas. Para los anales, las caras de sus votantes bermeotarras con esa sensación como la del anuncio, que las carga el diablo, que no se está atento a lo que uno representa o que mejor, aquel domingo se hubieran quedado en casa. Justo el mejor sitio donde pudo estar Asier en sus primeros compases como alcalde. Adiós.

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