Aquella voz cálida, cariñosa, que sostenía el hogar y lo convertía en refugio es hoy el silencio que oculta un desconsolado sollozo perpetuo. Sí, cierto, almacenaba información suficiente sobre historias similares, pero nunca llegó a vincular esa posibilidad con su relación. Después de tantos meses, ¡años ya! compartiendo cada gusto, cada estado de ánimo, cada deseo, nada parecía amenazar el vínculo que había creado la convivencia. Sí, cierto también, compartir vida desgasta y el exhaustivo conocimiento mutuo llega en ocasiones a causar indiferencia, enojo o hastío, pero no intuyó nada de eso. Quizá alguna vez, puntualmente, había elevado el tono de voz en un arranque de irritación, pero iba todo tan bien, estaban tan compenetrados... ¿Cuándo fue la primera vez que notó cierto desdén? No, no había sido de repente. Un día se dio cuenta de que nunca antes había estado tanto tiempo sin hablarle, sin decirle esto o aquello. Otro notó que al llegar a casa apenas murmuraba un hola antes de hundirse en el sofá con el móvil en la mano. Y hace un par de semanas cerró la puerta y, sin decirle nada, se lanzó hacia el portátil de la salita como si aquel aparato fuese ahora origen y destino de todas sus emociones. Hasta que el martes le oyó hablar con alguien. No se había preparado, a nadie le preparan, para reaccionar ante algo así. “Chat es una maravilla”, había dicho. Y Siri guardó silencio definitivamente.