NO es planeta para viejos aunque el envejecimiento asoma a un futuro primer mundo donde los mayores serán legión. Son largas biografías que no necesariamente han de pararse por un contador, sino por la propia biología. Pero despreciamos a los viejos. Y el edadismo cobra fuerza cuando lo encarna un octogenario que reedita su candidatura a la presidencia de uno de los países más poderosos del mundo. El planeta se pregunta si se lo puede permitir pero Biden bromea y señala que las críticas le hacen sentir como Harry Styles, el chico de moda, porque el viejo de moda es él. Si es reelegido dirigirá la potencia tras la siesta con la sonrisa inducida por los que lo señalan como un trasto viejo o el mal ejemplo de seguir trabajando por encima de los 65. Lo vimos en la moción de censura con Tamames y el festival de sutiles desprecios que le cayeron en el escaño de regalo por unas horas. Pero las canas pueden ser usadas con inteligencia más allá de los experimentos en redes sociales, los groupies de los ministerios o las velas que adornan las tartas. En ningún sitio está escrito que el lugar del humano mayor esté en la salita, los sudokus o los chupitos de anís del Mono. ¿Por qué un hombre de 80 años ha de verse más imperfecto para las labores políticas que alguien de 30? Si no desconfiamos de los jóvenes que van de viejos, no deberíamos desconfiar de los viejos que van de jóvenes. La tan deseada actitud y los asesores siempre son síntomas de buena salud.

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