EL filósofo existencialista Martin Buber decía que Dios es la palabra más vilipendiada de la Humanidad porque todas las generaciones, con sus partidismos religiosos, la han desgarrado matando y dejándose matar por ella. No hay culto que se salve de la transgresión excepto para quien hace gala de morir por la boca cual pez, el iletrado Feijóo, que no se sabe si desbarró por ignorancia, mala fe, ideología, o por todo a la vez. “No verá usted a un católico o a un cristiano matar en nombre de su religión y sus creencias. Hay otros pueblos que tienen algunos ciudadanos que sí lo hacen”. La simpleza argumental y maliciosa para atender lo sucedido en Algeciras incapacita al líder popular no ya como aspirante a gobernante sino como meritorio de misa diaria. Las estanterías se caen de tomos históricos que le ponen en su sitio y no precisamente en un altar. En 2011, Anders Breivik, un fundamentalista católico, asesinó a 77 personas en Noruega defendiendo la expulsión de los musulmanes de Europa e identificándose con los caballeros templarios. El supremacista Eric Rudolph atentó en Atlanta’96, y colocó bombas en clubs LGTBI y clínicas abortivas. En Uganda, Joseph Kony atemoriza desde 1986 a toda África Oriental con su Ejército de Resistencia del Señor. Qué decir de Ratko Mladic, el carnicero de Srebrenica; del sionismo israelí; o de la Iglesia católica española que respaldó a los golpistas. Y a nosotros, Señor, ¿quién nos libra de este mal? También de Feijóo.

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