NO se engañen, en el poder judicial del Estado no hay inmaculada virginidad, mancillada desde su misma concepción política; ni cuerpo incorrupto de la santa justicia, larvada de intereses que la han podrido y la pudren, unos del propio Estado, otros partidistas. No es de hoy, ni de ayer, sino histórico. En España hace tiempo, tanto como existe España, si es que de verdad existe, que se vienen torciendo las leyes. Porque leyes ha habido y hay, lo que no ha habido ni hay es justicia. Sin retrotraerse a cuando tantos callaron ante estridentes injerencias judiciales de impulso político en las atribuciones democráticas de los legislativos vasco, primero, y catalán, después, es evidente que si el TC se compone de magistrados nombrados por Congreso (4), Senado (4), Gobierno (2) y CGPJ (2) y el CGPJ de miembros elegidos por mayoría (hoy tres quintos) de Congreso y Senado, el “intérprete supremo de la Constitución” y el “órgano de gobierno de los jueces” interpretan y gobiernan con el fiel de la balanza inclinado, por no decir descacharrada la balanza misma. ¿Reforma? Será igual con o sin. O sea, cero-cero. ¿Qué justicia pueden auspiciar jueces que juzgan sobre quien les eligió por juzgarles afines para juzgar según su conveniencia? ¿De jueces cuyo mazo está sujeto por el estatus y pecunio que dicha elección otorga? Por simple condición humana recurrente en la política estatal, una putrefacta, necrótica; la gusanera. l