Lejos quedan los días en los que Corinna Larsen era una sombra, la amiga especial del rey con todo lo que encerró aquel sintagma de apellido Borbón. Sus audios han sido un intento de la empresaria de ejercer el autoblanqueamiento, como si estar a tres metros del emérito no fuera, no solo un peligro para el lustre de cualquiera, sino también para su salud mental. La alemana cuenta muchas cosas bajo un velo de mujer enamorada que se fue de safari con un rey y salió de Botsuana con un amante con resaca, una cadera rota y una hemorragia interna. Lo demás es una mala telenovela de mansiones en Londres, pedidas de matrimonio, velas negras con referencias a Lady Di y los famosos 65 millones que el emérito regaló a su chica, luego acusada de blanqueo, aislada por los suyos y amenazada. Mi umbral de la sororidad debe ser bajo, a mi esta mujer no me infunde ninguna confianza pese a que se presente igual de despechá que entregada para acabar contando por entregas su versión, con Villarejo y el CNI en otro papel principal y el Borbón pasando por acosador de “ardor guerrero” para el que se planteó una castración química firmada por la emérita. Un folletín muy cutre con sultanatos, opulencia y la examante imputada ventilando la porquería del que un día era un rey enamorado y al siguiente, un mafioso envuelto en micrófonos en busca de su botín o su capricho, una mujer o los millones. Para ella, entre la bolsa y la vida, llega tarde hasta su propio blanqueo.

  • susana.martin@deia.eus