COMENTABAN los compañeros de Politika el notable interés de la entrevista al exministro del Interior José Barrionuevo publicada en El País. No tuve el ánimo para leerla, pero el resumen y las reflexiones de mis compañeros, más las reacciones que generó, bastan para hacerse una idea de la importancia de la confesión. Inversamente proporcional a las consecuencias que acarreará. Al margen de la carga política, me quedo con una frase que dejó flotando en la redacción de DEIA el encargado de redactar la información. Vino a decir que lo peor de todo era la condescendencia con la que explicaba Barrionuevo su papel en los GAL. Comentaba los acontecimientos con el verbo trascendente de esas personas mayores que solo por edad creen que están por encima del resto de la humanidad. E incluso del bien y del mal. Los años han hecho que el viejo Barrionuevo sea una parodia de aquel gran político que nunca fue a pesar del reconocimiento implícito que arrastra desde su procesamiento, encarcelamiento e indulto. Si de algo no es sospechoso Barrionuevo es de ser humilde y no sería de extrañar que el dintel de su casa esté presidido por un Todo por la patria. “Hicimos lo que había que hacer”, “No se puede hacer una tortilla sin romper algunos huevos”, seguramente suenan como eco en su cabeza. El personaje purgó su culpa con apenas tres meses de cárcel y gracias al indulto pudo volver a su plaza de inspector de Trabajo y jubilarse con honores. Solo perdió las medallas de las que se siente merecedor.