fUE en las puertas de Halloween cuando llegó el susto fingido por la ruptura de las negociaciones para el Poder Judicial. El pacto estaba hecho y dicho pero para los más descreídos, el trecho sigue siendo enorme y lleva cebando meses de excusas variopintas. La reforma del delito de sedición se ha unido al festival de coartaditas que llevamos desde 2018 en las filas del PP como antes lo fue la presencia de Podemos en el Gobierno, el blanqueamiento de Bildu o las campañas electorales. En realidad, esta interinidad de Rafael Mozo, el nuevo presidente del CGPJ, que ya es un Lesmes de nueva generación, encarna otra ocupación a la espera de un acuerdo que, todos saben, no llegará hasta las elecciones. En los entremeses, se escenificó llevarse al huerto al otro para después recular por la Catalunya de siempre, bajo ese argumentario de mesilla de noche echando mano de los ya clásicos hits sobre el independentismo, el golpe de estado y la traición a España. Pero no nos engañemos, estos no pactan la renovación ni a palos, supondría un regalazo a Sánchez a un año de las elecciones que Feijóo amaga y los otros datan para después llegar el frenazo perpetuando esta erosión con pulso en las instituciones y sello en el gran PP antisistema. Ni Feijóo, antes mano tendida, ahora rebeldía institucional, quiere apuntarse el tanto del ya resobado desbloqueo, supondría una concesión a la moderación frente a Vox, ni Sánchez se preocupa en la espera de la responsabilidad endosando la tarea a su adversario político. La anomalía democrática sigue su trecho. l

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