INFLACIÓN, IPC... números que pretenden conformar nuestras vidas. Pero los números también mienten o, al menos, no dicen toda la verdad. Y esa verdad es el impacto en el bolsillo de las familias. Ejemplo: el precio de la vivienda o los gastos mensuales en concepto de cuota periódica del préstamo hipotecario (con el euribor ya al 0,85%) no contabilizan en el IPC. Sí lo hacen, en cambio, los servicios funerarios, aunque uno solo se muera una vez, o las tasas administrativas que, relativamente estables, contribuyen a paliar la “elevación general de precios”, como define el diccionario la inflación. Así, si el IPC adelantado de junio ha escalado al 10,2%, es decir, vivir nos costaría ya un 10,2% más que hace un año, la variación interanual en el precio de los alimentos supera el 11%, en agua, electricidad, gas... el 19%, en transporte, el 13%. Y hoy comer ha subido más de 40 puntos del índice respecto a hace 20 años. Vestir, más de 16 puntos. La electricidad, el agua, el gas... más de 60 puntos. El transporte, 45. El mantenimiento del hogar, 23. El incremento del coste de la vida, de vivir, es exponencial en las últimas dos décadas, las de los avances tecnológicos y la sociedad globalizada que debían haber permitido abaratar la producción. ¿O no? Esto de la inflación ya lo resumió Quevedo en el siglo XVII, cuando no existía el índice, en un solo verso: “Sólo el necio confunde valor y precio”. Sí, el IPC rima. Y hablando de números...