UANDO se celebra una subasta siempre me pongo a fantasear sobre quién está al otro lado del teléfono, en el anonimato más absoluto, pujando por las obras de arte. La de ayer fue una de esas ocasiones, aunque me temo que nunca sabremos quién ha sido el afortunado o afortunada que se ha hecho con la serigrafía de Andy Warhol sobre Marilyn Monroe, titulada Shot Sage Blue Marilyn, vendida por 195 millones de dólares, a golpe de martillo. El cuadro se ha convertido en la obra de arte más cara del siglo XX adquirida en una subasta pública. Una obra vale lo que alguien esté dispuesto a pagar. Se desconoce la identidad del comprador, aunque con toda probabilidad no se tratará de un museo ni de una institución privada, por lo que difícilmente volveremos a verla. La serigrafía permanecerá en el domicilio de algún coleccionista que disfrutará de ella en algunos de sus salones, en el mejor de los casos, o la guardará en una caja de seguridad en Suiza, en el peor. Los hay para todos los gustos. Un conocido ha colgado un Picasso en su cuarto de baño porque dice que es el lugar donde más puede disfrutar de él. Treinta y cinco años después de su muerte, Warhol sigue más vivo que nunca. El artista estadounidense se convirtió en una máquina de crear dinero, una máquina que ha seguido funcionando después de su muerte con mucha más fuerza. Es el rey Midas del arte. Todo lo que salía de su factoría se sigue convirtiendo en oro.

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