A tardan en montar una colectapara limpiar las telarañas de la caja regia donde Borbón Jr. apenas amontona 2,5 millones de euros que cualquier mortal necesitaría más vidas que una manada de gatos, y un emérito avispado, para rejuntarlos. Unos ahorritos que tienen a sus cortesanos preocupados por lo pobre que es su rey en comparación con el desenfreno de otras monarquías. Él, que solo conoce las letras del Wordle, que no tiene seguro de hogar, el de vida se lo pagamos a escote, carece de suscripción a Netflix y que del recibo de la luz apenas distinguiría el logotipo de la compañía que asiste a sus besamanos. Como haría Medina el comisionista pero sin abuela ricachona, me enfundo el traje de broker de las conjeturas para advertirles que, adentrado este siglo, la inmaculada concepción del monarca recordará a la quebrada devoción que tenían por su padre. Su única pobreza debe ser de espíritu, como la de sus asesores de Zarzuela que no saben distinguir entre ser un partido que no predica con la Constitución y tener el derecho constitucional a ser informado como todos. Un concepto de la pluralidad como la imagen del palco de La Cartuja, Felipe VI incluido, donde no se distinguía una sola mujer entre tanta hombría patriotera como si la final copera se ubicara en Arabia Saudí y solo faltara la imagen del obispo barrigón. No precisamente Omella y sus ocurrencias. Si el reino de Dios es de estos pobres, yo debo bañarme en oro de 24 quilates.

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