HAY muchas formas de que te atraquen y en todas eres absolutamente consciente de que te están atracando, antes o después. La conciencia simultánea en el atraco, sin embargo, me sobrevino el sábado en un centro comercial cuando con la tarjeta de crédito en la mano y a la hora de pagar mis compras tuve que decidir pulsando un botón del datáfono si quería donar una parte a causas solidarias. Y una se queda ahí, entre la sorpresa y su propia conciencia, pensando si es normal que un supermercado practique la caridad por ti, siempre preguntándote, por supuesto, con tu tarjeta bancaria en la mano y las bolsas llenas. Fue todo tan directo, tan a quemarropa, con tu cesta llena del primer mundo, tu dinero de plástico en la mano, tu sábado de compras en plena inflación y tu solidaridad en entredicho cuando te asalta una duda semejante. Me pregunté entonces por qué la propia cadena no debiera donar como organización parte de sus ventas y dejar de subcontratar la caridad de sus clientes, además de ponerles en un aprieto, recaudar dinero en su nombre, generar cierta ansiedad emocional súbitamente y chantajearles con las necesidades ajenas en contraste directo con los hábitos de consumo de un fin de semana. Un infierno empedrado de buenas intenciones que cuenta con los ingredientes de una invasión: asalto, chantaje y manipulación en un solo segundo donde un hábito del fin de semana te hace sentir culpable.

susana.martin@deia.eus