A cultura ha emprendido su particular guerra contra Vladímir Putin. Sin ir más lejos, en Bilbao el festival Musika-Música comenzó su concierto inaugural con un minuto de silencio en homenaje a los hombres, mujeres, niños y niñas que están sufriendo los ataques que el ejército ruso está perpetrando en Ucrania. Fue un minuto emocionante, en el que el público mostró su repulsa a la invasión de este país, donde los cuerpos de civiles empiezan a inundar las calles. Porque, a veces, el silencio puede ser más elocuente que todos los gritos contra la guerra. Otras, el silencio se puede convertir en un alegato contra la violencia. Valery Gergiev, director del Teatro del Mariinski e impulsor del mayor proyecto de ópera, clásica y ballet del mundo -gracias en parte a la apuesta personal de su amigo Putin-no ha respondido al ultimátum que le dieron tanto el alcalde de Milán como el de Múnich. Su decisión de no manifestarse contra la invasión a Ucrania ha llevado a la Scala a prescindir de él en el resto de las representaciones y a la Filarmónica de Múnich a echarle de su puesto de director titular. (Gergiev fue uno de los primeros artistas en apoyar también la invasión de Crimea y la ley contra la propaganda homosexual). Un caso parecido al de la soprano Anna Netrebko, que ha lamentado la guerra a regañadientes en sus redes sociales. El arte pierde, pero la cultura no puede permanecer ajena a los atropellos de la guerra.
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