ES llamaban cielitos porque eran azules y entraban los justos. Uno tiene interiorizado como grato aquel olor que salía del tubo de escape de los azulitos, el popular microbús que conectaba Bilbao con sus barrios y extrarradio, y que se distinguía por la letra (el H, Arenal-Astrabudua; la K, Astrabudua-La Campa-Asua...). Si iba lleno, pasaba de largo porque se prohibía estar de pie, solo sentados en aquel frío skay donde te impregnabas de los malos humos, literales, de los viajeros. Pasaron a mejor vida en 1988, y eso da fe de que nos hacemos mayores. Hoy uno puede marchar apretujado en el Bilbobus 30 hacia Miribilla aunque tengas pegado en el cogote el covid de quien te echa el aliento a dos milímetros escasos de tu boca, que cantaba, sí, Jesús Vázquez. La de historias 13 Rue del Percebe que se ha perdido Felipe VI, que ha tardado 53 años en subir por vez primera a un vehículo así desde Alcalá a Carabanchel, billete en mano, guarecido en la marquesina y con Almeida haciéndole un selfi. ¡Calma! Solo era un paripé y no lo ha pillado para ir al trabajo en hora punta con la reina sobre sus rodillas. Ella, que admitió no usar el transporte público desde que fue estudiante. Solo les faltó decir que olía a gente común, o “a pobre”, que en comparación con su modus vivendi así somos los ciudadanos pasajeros. Lo gore es que se habló de ello como si fuera de trascendencia mundial. Y lo triste, que mucho trajeado que le rinde pleitesía no acertaría ni a validar su txartela.

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