IENTRAS en Glasgow tratan de salvar el planeta, a mí me bastaría con un par de calcetines. A poder ser, del mismo color. Para ahorrar energía el padre de las criaturas empezó a poner las coladas con nocturnidad y alevosía y cada vez que las tiende en modo zombi tenemos bajas. Con todas las pinzas que se le han caído el del primero podría hacer una maqueta de San Mamés para que actuaran Fito y compañía. El lunes me dejaron unas bragas, precipitadas al vacío, colgadas del extintor del portal y le puse un ultimátum: "El horario valle o yo". Me debió de escoger a mí porque hoy he logrado emparejar dos medias. Ahora le ha dado por andar a oscuras. Entras en casa pensando que no hay nadie y te lo topas al doblar el pasillo como a la niña de la curva, su rostro iluminado por el móvil. No sé si será bueno para el medio ambiente, pero a mí me va a dar un jamacuco. La innombrable, que va de ecologista, gasta agua para llenar una piscina olímpica. El crío trabaja para Greta Thunberg. Te dejas un grifo goteando y te echa un chorreo que te tiembla hasta el cepillo de dientes. Yo contribuyo rescatando envases de yogur que se caen solos al cubo de la basura orgánica. Será haciéndose un selfi en el borde porque nadie los ha tirado, así les interrogues apuntándoles con un flexo. La Tierra -se lo juro por Georgie Dann, que dios lo tenga en su barbacoa- no es la única a la que se le están calentando los cascos.

arodriguez@deia.com