AY en estos momentos más miedo a la llegada del invierno en las calles de Euskadi que en los siete reinos de Juego de Tronos. En breve habrá que decidir entre encender la calefacción y entregar la bolsa del dinero o pasar frío. Se está escribiendo otra página de la historia de las crisis en un siglo que avanza hacia la madurez de susto en susto. El cataclismo financiero de 2008 márco el paso durante seis largos año. Todavía con la memoria fresca, llegó la sacudida del coronavirus y ahora que se quedaban atrás los efectos económicos de la pandemia, asoma otra tormenta perfecta con los precios de la energía, y la industria vasca vuelve a vivir momentos de zozobra con sus plantillas de nuevo en tensión. De modo que hay algunos trabajadores que empiezan a creer que les ha mirado un tuerto. Llevan once años con el sueldo congelado o incluso con ajustes a la baja. Han conocido desde dentro, el mecanismo de los expedientes de regulación de empleo, de suspensión temporal en el mejor de los casos. También están los que se han quedado sin trabajo y de la noche a la mañana han visto que fuera de su empresa todo había ido muy rápido y su cualificación no les alcanza para encontrar un empleo medianamente bien pagado. No hay que buscar ejemplos extremos de pobreza para encontrar alguno de esos hogares en los que dentro unas semanas pasarán frío, mientras en el Ministerio le dan vueltas y vueltas al problema sin encontrar la solución.