OMENTABA hace unos días un empresario que en el mundo real pasan cosas que no ocurren en su compañía. Básicamente se refería a que en su casa no hay despidos y aún así las relaciones laborales no son buenas. "¿Qué harían si presentáramos un ERE?", se preguntaba. Considera que su empresa vive en una especie de burbuja, ajena a la que está cayendo fuera. Esa percepción -cierta o no- se parece mucho a la fase actual de la lucha contra el coronavirus. Se podría decir que hay un mundo real en el que hay quien vive sujeto a las reglas que conducen a la derrota del virus y al mismo tiempo hay otras burbujas cuyo interés es otro. Están esos estudiantes que se han ido de viaje de estudios, las agencias que los han programado o el alcalde de Conil animando a los turistas a desplazarse a la ciudad andaluza, porque "es segura" cuando se ha salvado por los pelos del cierre perimetral. También se juega la Eurocopa con aficionados pero los Juegos Olímpicos se celebrarán sin público. Los niños se levantan para ceder el asiento en la parada de autobús y los mayores intentan entrar en el ascensor del Metro cuando ya se ha cubierto el aforo de seguridad. Llega un momento en el que uno espera que caiga cuanto antes la cámara del cielo para que se acabe la función. Y de ola en ola, y me llevo cinco, se borra la percepción de la realidad. Y ya no sé si encerrarme en casa hasta que pase todo o marchar a Conil.