L mismo día en que el ala defensivo de los Raiders de Las Vegas, Carl Nassib, se convertía en el primer jugador en activo en declarar su homosexualidad en la liga profesional de fútbol americano (NFL); la UEFA prohibía que el Allianz Arena de Múnich luciera los colores arcoíris en el partido entre Alemania y Hungría con los que se pretendía denunciar las leyes homófobas del gobierno de Viktor Orbán. Días antes el organismo europeo sopesó sancionar al guardamenta Manuel Neuer por portar un brazalete en apoyo al colectivo LGTBIQ+. Al chiringuito en manos ahora de Ceferin, que tanto se vanagloria de su lucha contra el racismo o de promover la integración de la mujer, le queda lejos la diversidad sexual en un deporte donde la visibilidad (masculina) de la causa es aún tabú. Cláusulas, pérdida de patrocinios, presión de los clubes y una grada donde los improperios al respecto son tan habituales como cantar un gol complican sobremanera que un futbolista se libere de prejuicios. Lo hizo Justin Fashanu en la portada de The Sun, en 1990, y fue tanto el rechazo recibido, con acusaciones incluso de abuso sexual, que acabó quitándose la vida. Corren otros tiempos pero los hay empeñados en abonar el estigma. El gen heteronormativo que rodea al balón y su testosterona están reñidos con la tolerancia. El césped como cárcel y la UEFA colaborando con el carcelero. La Bundesliga y, principalmente, el Bayern llevan tiempo trabajando para romper las cadenas. Orgullo alemán.

isantamaria@deia.eus