UE algunas autoridades sanitarias ya hayan puesto caducidad a la mascarilla es un síntoma de que todo llega y que el distintivo global, móvil y unipersonal de la pandemia tiene los días contados. No parece, sin embargo, que vaya a ser un verano de liberación pero vemos llegar el momento y surgen sentimientos encontrados. Con la de veces que hemos tenido la oportunidad de hablar solos por la calle sin que nadie nos tome por locos, cuántas sonrisas en las miradas y cuántas caras de asco parapetadas tras el polipropileno. Todas personales e intransferibles. Cuánto insumiso de la mascarilla, que se la quita a cada rato o que la lleva como una braga-faja, remangada si te descuidas con todo al aire. El caso es que empieza a llegar a su fin y nadie la echará de menos pese al aprendizaje a relacionarnos con ella, con los ojos como grandes protagonistas y espejo del alma desplazando estos meses a la invisible boca, que nos cambia la cara cuando sonreímos y bajo la mascarilla no sabes si te aprecian o directamente te están poniendo dos velas negras. Cuánto tímido ha visto en ella su salvación para poder expresarse sin agobios, cuántos guapos y guapas censurados, cuántos feos poniendo por primera vez su cara en el perfil del guasap y cuánto gorrino con la casa como una plantación, con la del miércoles, la del lunes, la de hace un mes. Falta tiempo aún para el fin de su imperio, como mucho un leve destierro porque llegaron para quedarse así que siga sonriendo porque después, se le va a ver todo. susana.martin@deia.eus