A clase política es así: acude uno al Congreso a hablar de cosas serias, como la creación de la NASA española -largamente esperada y con la mirada puesta en fronteras ingrávidas a años luz-, y le preguntan por cuestiones tan terrenales como el indulto a los condenados del procés. Iván Redondo, el jefe de gabinete y asesor que susurra al oído a Pedro Sánchez, también es secretario del Consejo de Seguridad Nacional y fue a rendir cuentas al Parlamento. Es todo terreno. Lo mismo está dispuesto a tirarse por un barranco con el presidente del Gobierno que a ir a la Luna con él. Eso del indulto es tan secundario para él como encargar al becario que recoja el traje del jefe en el tinte. Los grandes líderes saben qué camino hay que tomar y además no necesitan mapas, vino a decir Redondo para justificar el posible perdón a los políticos catalanes. Coincidía su intervención -en el tiempo, no en la tesis- con la performance de Felipe González en un programa televisivo muy lejos de su talla de estadista. Entró el expresidente en la cuestión como un grácil bailarín de ballet a pesar de la mochila que carga por aquello de Barrionuevo y compañía. Como todos los líderes socialistas que pelean por votos en la España profunda, González no está de acuerdo con el indulto, pero no lo veremos en la plaza de Colón, porque es más de concentrarse ante las puertas de las cárceles. Tal y como está el patio, si yo fuera Redondo también hablaría de galaxias lejanas y aconsejaría a Sánchez que presente planes para 2050 o más allá.