L espectáculo que se está viviendo en torno a la vacunación por parte de algunos recuerda bastante a las escenas del hundimiento del Titanic. Si al principio, cuando el buque acababa de chocar contra el iceberg, apenas había algún gesto de nerviosismo entre el pasaje, en cuanto muchos comenzaron a darse cuenta de que las plazas en los botes eran limitadas y había otros a los que se daba prioridad, la histeria comenzó a aflorar. ¿Por qué las mujeres y los niños primero?¿Acaso no debemos tener preferencia los miembros de la tripulación, que sabemos manejar los botes? Usted, señora, tiene ya ochenta años, y a mí me esperan cuatro hijos que mantener. Quien más quien menos, dentro del grupo de los amotinados, tenía una buena razón para exigir saltar el primero a un bote. En esta pandemia no es que estemos con el agua al cuello, pero se está empezando a ver quiénes están por la labor de esperar pacientemente a que le llegue su turno y quiénes, por contra, despotrican sobre el sistema que ha organizado el capitán para un salvamento ordenado. En algunos casos, se podría decir que incluso hay tortas figuradas para intentar saltarse un par de puestos en la cola, y hasta para elegir bote de primera o de segunda: "¿Por qué a mí AstraZeneca y no Pfizer, contramaestre?". A este ambiente de caos (limitado, afortunadamente, a sectores muy concretos) están contribuyendo los habituales voceros expertos en revolver las aguas. Ellos son los que gritan: ¡Sálvese quien pueda!