UEDE que no le falte razón al juez que ha permitido la reapertura de los bares de municipios en zona roja cuando argumenta que no hay pruebas fehacientes de que la hostelería es un foco de contagio. De hecho, no hay forma de demostrar que cuando uno pone un pie en un bar se la está jugando. Supongo que ese es el motivo por el que las alegaciones del Gobierno vasco tuvieron, en opinión del magistrado, poca base jurídica. Las calles tampoco se llenan a las 22.01 horas con un ejército de pangolines rabiosos que contagian a diestro y siniestro, pero el sentido común dicta que es aconsejable recogerse en casa pronto si no es necesario estar en la calle. Le habría bastado al juez darse una vuelta el pasado sábado por algunas de las zonas de copas de Bilbao a eso de las 20.15 horas para comprobar que, efectivamente, la hostelería no es el problema. El riesgo lo generan por ejemplo los y las que deciden alargar lo máximo posible la fiesta y se agolpan a las puertas de los bares con la última copa en la mano. No es lo mismo tomarse una o dos cervezas que atornillarse a la silla, pasar la tarde entera de gin-tonics y perder cualquier tipo de control y respeto por las reglas que impiden el avance del virus. La apertura de los bares es la anécdota. Lo que ha hecho el juez es laminar la capacidad del Gobierno de dictar normas que protejan a sus ciudadanos en una pandemia para la que no existe precedentes, ni científicos ni jurídicos, y a todos, incluidos los jueces, nos toca adaptarnos.