A Organización Mundial de la Salud, el organismo que vela para que la sanidad sea un derecho para todos los habitantes de la Tierra, lanzó sus recomendaciones para combatir la pandemia del coronavirus, ahora que se acercan las festividades del equinoccio de invierno: mascarilla, distancia social, limpieza de manos y reuniones de pequeños grupos familiares. Los gobiernos de todo el planeta las recogieron, pero, salvo en los países totalitarios, dudaron a la hora de convertirlas en obligación para sus gobernados. "Hay mucha diferencia entre el clima del norte y el del sur", argumentaron. Así que delegaron en los diferentes ejecutivos de las comunidades autónomas. Tampoco estos aceptaron el órdago -"la incidencia es muy diferente de un territorio a otro"- y pasaron la patata caliente a las diputaciones. En el tercer escalón descendente también miraron hacia otro lado: "No es lo mismo una gran ciudad que una pequeña localidad", arguyeron para ceder el testigo a los ayuntamientos. Ni alcaldes ni ediles quisieron asumir una responsabilidad que se acercaba cada vez más al ciudadano. Así que delegaron en los consejos de distrito, cuyos responsables cedieron el turno a los presidentes de cada uno de los portales de su zona. Y estos, para no ser menos, dejaron la decisión final en cada propietario o núcleo familiar. Así, la culpa de los contagios no es de nadie y es de todos. Y, entre tanto, el despistado que no deja de preguntar: ¿Ha llegado el allegado?

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