L portavoz científico de la crisis del coronavirus, Fernando Simón, ese que no veía "razones para alarmarse" -y que llegó a decir que "España no va a tener más allá de algún caso diagnosticado"-, le debieron suministrar de pequeño el supositorio por la vía equivocada y de ahí su aversión al colectivo farmacéutico, al que ha comparado con las cajeras de los supermercados -que bastante tienen- para negar a este personal sanitario material de protección eficiente para evitar el contagio al creer que debe asumir el "riesgo propio de su profesión". Quizás tanta comparecencia le tenga ya perturbado pero despreciar a los 71.000 profesionales que trabajan en las más de 22.000 farmacias del Estado y que a diario atienden a unos 2,3 millones de ciudadanos, muchos de ellos enfermos, como si habláramos de los bomberos, donde el valor se presupone, ofrece de todo menos confianza en quien lleva el liderazgo de esta crisis. Olvida el epidemiólogo que infinitas veces ejercen como médicos de cabecera de una población con dudas y temores que no pueden resolver, como ahora, en su centro de salud; o que su desempeño ya comporta exponerse a peligros rutinarios que les llevan a invertir de su bolsillo en seguridad. Como en los equipos de Enfermería, auxiliares o celadores, retan estos días a un factor exógeno y pretende Simón que lo hagan sin escudo, casco o manguera, solo con la gallardía por bandera. El riesgo es contar con estos expertos.

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