CON todo el respeto a los que están enfermos o han perdido a un familiar, a estas alturas de la película y a tenor de las explicaciones de las autoridades sanitarias, si de algo hay que preocuparse es de cómo afecta el coronavirus a la economía real -a la actividad de las empresas y a la estabilidad de sus trabajadores- el colapso industrial chino y el posible desabastecimiento en Europa. El impacto económico de esta alerta sanitaria es fiel reflejo de la apertura de la economía china. Hace 18 años, el Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS), que también tuvo su origen en China, supuso un recorte de 54.000 millones de dólares en el PIB mundial. Con el coronavirus se estima que el impacto rondará los 280.000 millones, cinco veces más, solo en el primer trimestre del año y la factura será más amplia si no se ataja el problema los próximos meses. Las empresas vascas han entrado con entusiasmo por la puerta que ha abierto el gobierno chino al exterior y ahora se ven los riesgos que supone la globalización y, sobre todo, volcarse tanto en un mercado como parte de la cadena de producción. En cuanto al capítulo sanitario, me temo que en algún recodo del camino los gobiernos dejaron de escuchar a los expertos y decidieron extremar las medidas de seguridad como antídoto contra cualquier reproche político posterior. El resultado es que gran parte de los ciudadanos, me atrevería a decir que una mayoría, creen que se está ocultando algo y se alimenta la alarma.