DEMASIADO tiempo llevaba Alfonso Alonso tragando bilis para que al final empezara a desaguar todo el cabreo acumulado por los ninguneos de Génova y unos extraños en sus listas. Inocular los nombres de Ciudadanos en los primeros puestos le sirvió para ponerse de una vez como la hidra en la que debió convertirse tras el corte y confección que le endosaron en las candidaturas de las generales y asumir otra dosis de humillación. Ciudadanos sacó 13.000 votos en las últimas generales de noviembre, constatando que es más fácil de encontrar el principio del arco iris que un representante de los de Arrimadas montapollos en suelo vasco. La cama que le han hecho a Alonso recuerda tristemente quién manda, pero el silencio acaba pudriéndolo todo. Por un puñado de votos, los populares vascos con otro nada desdeñable puñado de escaños, podrían verse lastrados por los torpedos naranjas que, como zombis políticos, ni nadie conoce ni vota en esta candidatura a la que le falta sal y le sobrará mucha grasa. La vuelta de Iturgaiz, representando un proyecto zombi que ya no existe, el de la resistencia contra ETA, y que deberá aglutinar al centro derecha vasco español de 2020 tampoco parece asegurar el amarre de unos votantes cuyos intereses los representará alguien que seguro existe en Euskadi pero que ahora mismo no está. El plan está consumado. Una triste fiesta en pleno Carnaval.

susana.martin@deia.eus