NO cabe juzgar la acción de un gobierno cuando no ha echado a andar, pero pareciera que los cien días de gracia hubieran empezado a contar hacia atrás. Casi dos docenas de ministros dirigirán España en una cohabitación de camarote que no dibuja un buen comienzo: una melé de gentes con sus consabidas direcciones, subdirecciones, secretarías, subsecretarías, asesores y asesoras. Sin embargo, es sabido que España es un país que vive por encima de sus posibilidades, de burbuja y crédito fácil. El gabinete nace dopado de carteras y viene entre expansivo y cebado para permitirse desgajar Trabajo de Seguridad Social, darle a un señor un ministerio para el Consumo o nombrar un ministro de Sanidad con formación en filosofía. Un gobierno de progreso en el que progresan todos; de crecimiento, ahí donde los puestos están pegando el estirón; y moderado, pese a que no se ha confeccionado precisamente con moderación. Arranca transversal y con ganas de repartir, pero en esa estela podría llegar hasta el final. Se alzan voces que demandan no ya un ministerio sino su propio ministro o ministra que defienda los proyectos de ley que solo a ellas atañen; un mayordomo ministerial que invente una norma para ti solito, te lea las noticias o te cargue el bonobús, que para eso lleva cartera. Puro servicio público. Hasta mi perro quiere un ministerio para perritos. Mira que es listo el tío; este la próxima vez vota? o le hacen ministro.

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