DICE Sánchez que para ser investido presidente con el aval de cientos de miles de soberanistas está dispuesto a admitir que existe una disposición emocional hacia un afecto de pertenencia distinto al español. A reconocer que hay "sentimientos nacionales" cuando, en verdad, los sentimientos ni necesitan ni deben ser reconocidos, sino que hay que darles cartas de naturaleza. Herramientas con las que puedan optar a ser oficiales y no oficiosos. Y en estas que por razones históricas, identitarias y económicas llega León para terminar de romper las Españas demandando un sit and talk al centralismo imperante, una fiebre provocada por el virus catalán, según el unionismo rancio, que amenaza con convertir en pandemia la gestación de mesas de diálogo bilaterales. Un nuevo ejemplo de que algo falló en el tan venerado traje que se diseñó en la Transición. Y para colmo del constitucionalismo la iniciativa anticastellana surge de un alcalde socialista que se rebela contra Ferraz. Basta circular por tierras del Bierzo, con carteles donde se tacha la denominación de Castilla, para comprobar que León no se siente tal sobre todo porque la despoblación alienta el grito de desesperación. En Madrid hacen como que no se enteran y la derecha mete en cintura a sus díscolos confiando en que todo quede en ensoñación navideña. Las nueve naciones que contó Iceta se van a quedar cortas. Pero el presentimiento es que los sentimientos volverán a ser cercenados.

isantamaria@deia.eus