LA memoria de los crímenes nazis es “inseparable” de la identidad germana. “Nunca debemos olvidar ni relativizar. No queda lugar a dudas de que Auschwitz es un campo de concentración alemán, dirigido y administrado por alemanes. Me siento profundamente avergonzada”. Así, sin paños calientes, se expresó hace pocos días Angela Merkel en su primera visita al campo de exterminio en el que fueron asesinados más de un millón de prisioneros durante la Segunda Guerra Mundial. Como entre escenarios de terror sí que pueden establecerse comparaciones (¡ay, Cayetana!), sería de agradecer que políticos españoles del mismo espectro ideológico que la canciller se posicionaran sin ambages frente a las cuatro décadas de genocidio de los derechos y libertades en España, con su reguero de crímenes. No es de extrañar que el escritor Ian Gibson, que acaba de publicar una novela gráfica sobre la vida de Antonio Machado, asegure que “el fascismo está en las venas de millones de españoles”. En los que refrendan esa imagen donde triunfa el negacionismo y el franquismo sociológico. ¿Cómo puede un Estado que se adjetiva como democrático dejar tirados en las cunetas a 114.000 de sus ciudadanos, sepultados por la ignominia, como algo que deba olvidarse a toda prisa? Quizás el problema resida en esa autocalificación. “Nunca habrá punto final. Alemania no olvida”, prometió Merkel. Las comparaciones son odiosas.

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