Pedro Sánchez está a punto de marcarse un Cameron: convocar a las urnas con la seguridad de que vas a ganar y, sin embargo, cosechar las papeletas que te faltaban para que te toque en la tómbola un escenario mucho más endiablado. Un hombre que lo tenía todo perdido y renació de sus cenizas puede permitirse el lujo de hacer apuestas descabelladas: total, en el peor de los casos, no caerá más abajo de la casilla de salida; y luego, vuelta a empezar, porque en esto de la política no hay limitación de convocatorias de examen como le ocurre al resto de los mortales en la vida real. E insisto: en la vida real. En la universidad te mandarán para casa cuando hayas agotado las oportunidades pautadas para superar una asignatura, en la vida laboral no podrás hacer infinitas pifias sin que te manden a la calle, en el ámbito sentimental tu pareja te pondrá la maleta en la puerta si reincides en hacer de tu capa un sayo, al volante te quedarás sin carné cuando te comas todos los puntos... pero como la capacidad de convocar elecciones hasta que canten bingo no tiene límites, los políticos incompetentes seguirán intentando abusar de la buena voluntad y de la paciencia de los ciudadanos. No digo yo que Sánchez sea el único culpable del desaguisado que se nos viene encima, pero sí diré que la incapacidad para concitar acuerdos para hacer viable un gobierno anuncia muy a las claras la incompetencia clara, manifiesta e incontestable para gobernar.