TIENEN algo muy leal estas tres generaciones de mujeres presidentas del PP en la Comunidad de Madrid que parecen la estirpe de los Buendía, no es una familia común, sino una suerte de presidentas inducidas entre la cochambre de la corrupción casi como una maldición bíblica. A Esperanza Aguirre, la basura, que era ese sustento de los gobiernos del PP de toda la vida, le iba llegando ya al mentón en esa cloaca llena de ranas. Había nombrado a 500 cargos pero le habían brotado dos batracios entre investigados y condenados por la Púnica hasta que ayer, imputada junto a Cristina Cifuentes, Aguirre empezaba a tocar fondo. Acostumbrada a sobrevivir como gran lideresa de un dream team de políticos judicializados dio paso a Cifuentes, imputada también por financiación ilegal tras una tocata y fuga entre notas falsificadas, llamamientos al frota-frota en el partido y cremas del Eroski. Aquellas firmas de contratos eran como un festival donde Díaz Ayuso, hija política, todo ojos, supo apreciar desde las primeras filas y casi en calcetines el brillantito del poder mientras se ajustaba la otra herencia de sus predecesoras, la tolerancia cero contra la corrupción. Todas se miraban entre ellas y hacia arriba como mujeres de éxito, sin saber que nombramiento tras nombramiento la basura no se movía de sitio por pura inercia pero el listón caía cada vez más bajo dando paso siempre a la misma presidenta pero cada vez más joven.

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