LA paradoja de la tolerancia fue descrita por el filósofo austriaco Karl Popper: por ella se entiende que si una sociedad (o colectivo) es ilimitadamente tolerante, su capacidad de tolerancia terminará reducida o destruida por los intolerantes. O lo que es igual, para mantener un grupo tolerante, éste tiene que ser intolerante con la intolerancia. Energúmenos aparte, fue lo que pasó en el recorrido del Orgullo de Madrid donde Ciudadanos acabó mojado hasta las cachas de centilitros de agua mientras sus dirigentes se empeñan en echar gasolina a las reivindicaciones, con su lenguaraz Inés Arrimadas a la cabeza lanzando el dedo acusatorio mientras movía la cadera mofándose por su asistencia ante quienes no le invitaron a la fiesta. Ahora los “fascistas” son los LGTBIQ+, como antes lo fue la organización del 8-M, los habitantes de Errenteria, Ugao, Altsasu o Amer, los independentistas y populistas, y hasta Marlaska es “la versión sanchista de Torra”. Quien se enfanga permanentemente en la crispación y el enfrentamiento para levantar muros, ya que fuera de todo eso carece de oxígeno para sobrevivir y abrir telediarios, está destinado a que el boomerang le golpee la cabeza. Años de parabienes desde sectores políticos y mediáticos, gracias a la excusa catalana, dieron a la tropa de Rivera bula para agigantarse con chulería en la barbaridad y no distinguir entre oponentes y fascistas, justo cuando pactan con sus herederos o abrazan sus votos con gesto farisaico.

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