VAYA por delante que esta mesa de redacción viene directamente de la nevera, está escrita antes de conocer los resultados de las elecciones generales de ayer. Ciertamente, el que suscribe podía haber hecho un esfuerzo y haber esperado a que el bacalao estuviera medianamente vendido para introducir en estas líneas una aproximación del resultado que han arrojado las urnas. Incluso podría haber centrado la parrafada en otras cuestiones habida cuenta de que el lector dispondrá en estas páginas y en otras de piezas de análisis y opinión sobre el nuevo -o viejo, quién sabe- mapa electoral español. El caso es que ocurra lo que ocurra en otros latifundios, en el vasco, escaño arriba escaño abajo para unos o para otros, lo cierto es que la situación seguirá siendo más o menos la misma. Unos cuantos diputados vascos e independientes de las maquinarias de partidos con sede en Madrid, salvo que se viva otra legislatura exprés, se pasarán los próximos cuatro años rascando inversiones para los ciudadanos que viven en Euskal Herria, sin olvidarse de que hay causas comunes, como las pensiones y otros derechos sociales que afectan al conjunto de la ciudadanía. Y todo ello en medio de acusaciones de falta de solidaridad y de alta traición a un país con el que algunos cada vez nos identificamos menos. Un vía crucis que se repite legislatura tras legislatura y que cuando los votos vascos no son necesarios es un auténtico calvario.