PODRÍAN ser los personajes agrupados por Marvel en una serie de hace casi medio siglo, pero los defensores del título son una nueva escuadra de superhéroes envueltos en discursos casposos, agresivos a más no poder, pero que blanquean la hoquedad de sus mensajes con el abrazo a la constitución española. Borbotones de barbaridades reciben el tratamiento balsámico para los oídos más sensibles con la coletilla de la defensa del texto del 78. Siendo así, no puede ser tan grave lo que dicen, aunque suene a verdadera intolerancia. Otro común denominador es su insistencia en que los improperios son un modo de liberación. Un “yo no me callo”, como si la agresividad de sus discursos fuera una reacción al sometimiento a hordas como las citadas el viernes en Bilbao por Pablo Casado, de “separatistas, comunistas y socialistas”, justo antes de situar a Getxo en Gipuzkoa. Un lapsus que es una confesión sobre el valor que adquiere el rigor, el conocimiento y el respeto a las realidades locales. Pero los nuevos defensores de la Constitución tienen además otro común denominador: todos ellos pretenden desmontarla porque no les gusta el modelo autonómico. Quieren recentralizar la unidad de la nación española hacia el epicentro de Madrid. Lo confiesan a cada paso: la periferia es el terreno a conquistar lo mismo en Gasteiz que en Barcelona, en Valencia que en Cáceres. Y aman tanto la libertad que la asfixian entre sus brazos.