AL calor de la partida de Xabier Arzalluz han arrimado su sardina estos días algunos discursos que inciden en la inquina hacia el expresidente del EBB y hacia el concepto nacional vasco en su conjunto. Una de las más recurridas, pese a lo burda y desacreditada a ojos de cualquiera que haya querido informarse, ha sido la de sus presuntas simpatías por ETA. Para eso ha hecho falta obviar su reiterada actuación pública y sus sucesivos mensajes políticos contra la violencia como mecanismo de construcción nacional y recurrir a esa anécdota, de uso común pero absolutamente falsa, que se le atribuye de haber reconocido el valor de que ETA agitara el árbol para que se pudieran recoger las nueces. Inconscientemente -por la irresponsabilidad del que habla por boca de ganso- o maledicentemente -con conocimiento e intención de acusar desde la calumnia- no faltan voceros de ese fake que el propio Arzalluz puso en evidencia en su día. A quien reprochaban una inflexibilidad asociándola el fanatismo, le acusan también de lo contrario: de tener tantas versiones de sí mismo que le permitía pactar con sensibilidades políticas incluso enfrentadas. Hasta su foralismo actualizado les da para una crítica de la misma calidad: escasa. Es la lógica de quienes hoy construyen discurso contra la especificidad vasca sin caer en la cuenta de que el vínculo foral con el Estado es el nexo que establece una relación. Sin él, ¿quién se vería más libre? Allá arriba, alguien sonríe.